Se ha vuelto
loco, el doctor Fifi se ha vuelto loco. Lo dice la gente, lo digo yo, que lo he
visto hablar con los gatos, que lo he visto jugar a las cartas con ellos. Es un
buen hombre, pero se ha vuelto loco. El doctor Fifi ha perdido la cabeza en algún
rincón del invierno, y estos vientos soplones se la han llevado consigo. Pobre
doctor Fifi.
Recuerdo el
primer día que apareció por aquí, hace más de quince años, con su maletín de
médico, sus tijeras de barbero y su cabeza calva, tan lustrosa. Ya por entonces,
resultaba un personaje extraño, aunque inofensivo y amable. El doctor Fifi
curaba el dolor de garganta y saneaba las puntas de los cabellos en una sola
visita. Recetaba jarabe y champú a un tiempo. Era nuestro médico de cabecera y
nuestro peluquero. Había mujeres que únicamente acudían a su consulta para que
les retocara el peinado. Al doctor Fifi no le importaba que lo hicieran. A mí,
por ejemplo, me dibujó margaritas en el pelo una mañana de tos. Los niños
perdieron el miedo a la tablilla blanca de madera, la que les ponía en la boca,
que tan tenebrosa había sido en manos del doctor Sabín. Perdieron el miedo a
subirse a la báscula fría que helaba los pies, a que les colocaran la barra del
medidor en la cabeza, a que les recorriesen el pecho con el cacharro de metal,
que era como una moneda grande... El doctor Fifi hacía de la consulta un
recreo. A mi vecina Ángela, una vez, después de caerse de la bici, le tiñó unas
mechas mientras la enfermera preparaba la escayola. Al pobrecillo de Alberto,
ese viejo carpintero que siempre anduvo pachucho y visitaba la consulta con
frecuencia, lo afeitaba el doctor Fifi. Cuando murió, el médico le dedicó unas
palabras en la misa. Nos hizo llorar un poco a todos; el doctor Fifi y él se
habían hecho muy amigos. Yo los vi pasear un domingo por la avenida, después
del partido. Se reían como críos, aún me acuerdo. Sí, me acuerdo de eso y de
muchas otras cosas.
El doctor Fifi ha
envejecido. Ha ocurrido de repente, como de repente han transcurrido estos más
de quince años. Ahora tenemos en el pueblo un ambulatorio nuevo y una
peluquería unisex, y yo nunca he
sabido si unisex significa de un solo
sexo o de los dos. Cuando nos duele algo, pasamos por el nuevo dispensario a
que nos curen, pero no lo consiguen, ya no, porque antes era distinto. Nadie
nos dibuja ya margaritas en el pelo, y el dolor de garganta se hace punzante y
eterno.
La gente dice que el doctor Fifi se ha vuelto loco. Lo digo
yo, que lo he visto hablar con los gatos, que lo he visto jugar al ajedrez con
ellos. Aunque creo que no es locura. Se ha hecho mayor, sólo es eso.
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