lunes, 26 de marzo de 2012

Epistolares (I) - Viaje


           Estimada mía:


Hoy, por fin, abandoné la ciudad. Reuní los fragmentos de valor que nunca tuve y los guardé con recelo en un bolsillo del abrigo. Y es una de mis manos, constante y desconfiada, quien vigila su confinamiento. Locura y ansia, como sabes. No hay magia alguna en el vientre de esta serpiente rígida, ni en el vaivén, que no hay, de su torsión estremecida. No hay magia ninguna en el ocaso del día, que diviso ahora, sin lágrimas de añoranza, no a través del cristal sucio y vulgar de este vagón. Un niño, detrás, junto a las maletas, está jugando con su muñeco. Y no hay magia en sus ojos, que ahora contemplo, sin emoción siquiera; no más de la que confiere la inocencia y el ánimo de indagarlo todo. Su madre, pues debe de serlo, a su lado, junto a las maletas, parece ahogarse en un mar encrespado de apatía. No hay magia en su dolor, que no atisbo tal, sino derrota, ni nostalgia en su vacío. Ni compasión en el reparo que de ella hago. Hoy no. Esta tarde no. No en este tren. No a costa de mi tormento y mi propia desidia.
Mi mano palpa el bolsillo. Siguen ahí los añicos del valor. No registra movimiento. No hay atisbo de fuga.
El niño se ha dormido. Te escribiré.


jueves, 22 de marzo de 2012

Viejos amigos


         Llegó de madrugada. Entró en la casa sin avisar, sin llamar antes por teléfono para decir que venía. Apareció por las buenas, apareció vestida de alba, perfumada de rosas y pan temprano. Se coló en el dormitorio de Carlos y lo encontró dormido.
         La última vez que se vieron, Carlos era algunos años más joven. Había sido más joven y más fuerte, y su sentido del humor y de la vida, entonces, había sido firme e invulnerable. Pero, hoy, su vieja amiga lo halló tristemente envejecido y deshecho.
         Asómate a la ventana, Carlos –murmuraba el viento en sus oídos, mientras él dormía y se abrazaba a su almohada descosida-. Asómate a la ventana y saluda a los pájaros, Carlos, y diles cuánto te gusta despertar cada mañana con su música. Asómate y saluda al gato de Cristina, y prométele una caricia, y dirige ese tráfico intenso de nubes con tus ademanes de cómico antiguo, y ordena los bostezos de la gente, y sonríenos al mundo, como otras veces, como otras mañanas. Asómate, Carlos, que ya aprieta el sol. Asómate y derríteme con tus ojos de pícaro.
         Carlos se agitó un poco en la cama. Su vieja amiga no quería despertarlo. Le palpó la frente y comprobó que tenía algo de fiebre.
         ¿Quién es, Carlos? –le preguntó el viento-. ¿Quién es ella? ¿A qué ha venido? ¿Por qué te toca? ¿Por qué se interpone? ¿Qué quiere? Dime, Carlos, ¿quién es y por qué ha venido? Asómate y cuéntame por qué ha venido. Asómate a la ventana y regálame un gesto, regálame una risa, y cuéntame quién es y por qué se entremete. Asómate y háblame, que el sol ya aprieta. Ven y dime por qué tienes fiebre y por qué ella te toca. Ven, Carlos, que las nubes se amontonan, que se mezclan y embrollan, que son torpes, que no tienen quien las dirija. Ven y cuéntamelo.
         Carlos abrió los ojos, aún dormido; contempló un instante la ventana entornada y volvió a cerrarlos.
         Su vieja amiga se mordió los labios.
         -Carlos –lo llamó.
         ¿Quién es? ¿Por qué te llama?, le preguntó el viento.
         -Carlos, despierta.
         ¿Qué quiere? ¿Por qué te llama?
         -Soy yo, despierta.
         El hombre reconoció la voz y se giró hacia ella, y le dio la sonrisa que el viento aguardaba, y le dio el abrazo que el viento aguardaba, y le dijo que la había esperado, que sabía que tarde o temprano regresaría, y que era verdad, que se sentía envejecido y deshecho, y que estaba preparado.
           Y su vieja amiga, su vieja enfermedad, se lo llevó esa mañana.


martes, 20 de marzo de 2012

Acerca de una cita


ÉL:       Señorita, por favor, ¿tiene usted hora?
ELLA:   Sí. ¿Por qué lo pregunta?
ÉL:       ¿Le importaría decírmela? Creo que llego tarde a una reunión...
ELLA:   ¿Es importante?
ÉL:       Mucho. Nos jugamos todo, nos jugamos el ser o no ser en la empresa...
ELLA:   Le pregunto si es importante saber que llega tarde.
ÉL:       Por supuesto. Imagínese, a lo mejor ya pasa media hora...
ELLA:   No, no puedo imaginarlo, lo siento. Jamás me fijo en los horarios.

(Pausa)

ÉL:       ¿Usted nunca ha tenido una cita?
ELLA:   No. ¿Usted sí?
ÉL:       ¿Yo, dice? Buf, cada día. Todos los días tengo citas pendientes a las que acudir.
ELLA:   Qué espanto. ¿Y acude a todas?
ÉL:       ¿Que si acudo? Usted dirá... La mayoría de ellas son con mi jefe.
ELLA:   Eso no es una cita. Eso es una reunión laboral.
ÉL:       Llámelo como quiera.
ELLA:   No, como quiero no; lo llamo por su nombre.
ÉL:       Oiga, ¿me va usted a decir la hora o no?
ELLA:   ¿Cuándo es la reunión?
ÉL:       ¿Y eso qué importa?
ELLA:   A usted sí parece importarle, desde luego.
ÉL:       A las cinco.
ELLA:   ¿Muy lejos de aquí?
ÉL:       A diez minutos.
ELLA:   ¿Va a coger un taxi o acudirá andando?
ÉL:       En realidad, no creo que eso tenga mucho que ver.
ELLA:   ¿Quiere usted que le diga la hora o no?
ÉL:       Sí, sí quiero.
ELLA:   ¿En taxi o caminando?
ÉL:       Caminando, supongo.
ELLA:   ¿A qué ritmo camina usted?
ÉL:       Oiga, señorita... Agradezco su interés pero...
ELLA:   Si me responde, acabaremos antes.
ÉL:       Camino bastante ligero, ésa es la verdad.
ELLA:   ¿Se detiene a ver los escaparates?
ÉL:       Cuando llevo prisa no.
ELLA:   ¿Tiene costumbre de comprar tabaco antes de acudir a una reunión?
ÉL:       No fumo.
ELLA:   ¿Caramelos?
ÉL:       No me gustan.
ELLA:   ¿Dulces, chucherías?...
ÉL:       No, señorita. Ni dulces, ni chucherías, ni tabaco... Nada.
ELLA:   De acuerdo.

(Pausa)

ÉL:       Bien, ¿va a decirme entonces qué hora es?
ELLA:   ¿Para qué quiere saberlo? De todos modos, llega tarde.


jueves, 15 de marzo de 2012

Del diario de una farola


         Esta mañana he vuelto a ver a la anciana loca que barre la calle. Se ha escapado otra vez, en un descuido de su hija. Estuvo un buen rato quitando el polvo a los coches aparcados y recogiendo colillas. Hasta que su hija la echó en falta y bajó a buscarla. La anciana se resistió, como siempre. Le dijo que la calle estaba hecha un asco, que la niña de Eduardo no hacía nada, que dejaba todo por en medio. Su hija llora cuando sale de casa temprano, cuando entra en el coche y cree que nadie la mira.

         Jesús sigue acudiendo al bar de Santiago. Ya no viene acompañado como antes. Solían ser siete u ocho amigos, y hablaban de fútbol, de las cosas malas del gobierno, del frío que pasaron en las viñas, siendo chavales… Hace sólo algunos meses, bebía un par de vinos con los demás. Ahora viene cuando no hay nadie, para que no le hagan preguntas. Desde que falta María, bebe más vino. Y la persigue después calle arriba, medio borracho, hasta que descubre que no es ella, sino una desconocida.

         Hoy he visto al crío de las orejas grandes. Pobrecito, vaya cruz que soporta. Sus compañeros de clase lo llaman el paraguas, porque dicen que uno puede refugiarse bajo sus orejas en plena tormenta y no mojarse. Pero hoy estaba contento porque su madre le ha comprado unas zapatillas nuevas. Lo he visto sentado en la acera, frotando las zapatillas con la mano; lucían impecables, como su sonrisa.

         La hija del mecánico se ha echado un novio. Es un chico guapetón de greñas rubias que camina a medio paso y que estrenó puesto de empleo el mes pasado. Al mecánico se lo ve dichoso; ha contado ya a todo el mundo que tiene un yerno trabajando en Correos. A quien no ha gustado la noticia es a Mario, el panadero, que siempre lleva el coche al taller antes de tiempo por ver a la hija. Ahora maldice su suerte y se da golpes contra la bandeja de los bollos. Y, cuando cree que nadie lo mira, llora detrás de un pañuelo.

         Esta noche, la luna me mira distinta. Como si no me conociera. Yo creo que está mayor, igual que la anciana loca que barre la calle. Son demasiados años. Girando y girando, sin descansar un minuto. Yo creo que se nos muere cualquier día, que se nos apaga una mañana sin avisar, igual que María. Porque son ya muchos años persiguiendo al sol calle arriba, sin alcanzarlo nunca. Porque tiene el corazón roto, igual que Mario. Porque extravió su ilusión de luna joven hace tiempo, y ya no le quedan sonrisas.


miércoles, 14 de marzo de 2012

La nube


Con la primera luz que el día me regala,
con ilusión temerosa y quebradiza siempre,
camino de puntillas sobre el aliento de la mañana,
sobre el aroma a fresa de los besos de anoche,
sobre los bostezos del panadero,
y me encaramo a la nube,
a mi nube,
a la nube que aguarda cada día en mi ventana,
y paseo en ella despreocupado,
desenfadado,
desmalhumorado,
y saludo al sol, que aún tirita,
y sonrío a la envidia del pájaro;
y me adormilo en la nube,
en mi nube,
en la nube que envuelve mis sueños cada día,
la que me hace sentir arropado,
desenojado,
desdisgustado,
la que espera cada día a que la noche se deshaga,
la que aguarda sumisa mi amanecer,
la que me lleva,
la que me susurra un cuento,
la que acaricia mi recuerdo y refresca tu momento,
la que regresa el caramelo de tus besos,
y viajo en ella contigo,
cada mañana gris,
cada mañana hermosa,
desdesalentado,
desextraviado,
aun con ilusión quebradiza y temerosa.