lunes, 26 de marzo de 2012

Epistolares (I) - Viaje


           Estimada mía:


Hoy, por fin, abandoné la ciudad. Reuní los fragmentos de valor que nunca tuve y los guardé con recelo en un bolsillo del abrigo. Y es una de mis manos, constante y desconfiada, quien vigila su confinamiento. Locura y ansia, como sabes. No hay magia alguna en el vientre de esta serpiente rígida, ni en el vaivén, que no hay, de su torsión estremecida. No hay magia ninguna en el ocaso del día, que diviso ahora, sin lágrimas de añoranza, no a través del cristal sucio y vulgar de este vagón. Un niño, detrás, junto a las maletas, está jugando con su muñeco. Y no hay magia en sus ojos, que ahora contemplo, sin emoción siquiera; no más de la que confiere la inocencia y el ánimo de indagarlo todo. Su madre, pues debe de serlo, a su lado, junto a las maletas, parece ahogarse en un mar encrespado de apatía. No hay magia en su dolor, que no atisbo tal, sino derrota, ni nostalgia en su vacío. Ni compasión en el reparo que de ella hago. Hoy no. Esta tarde no. No en este tren. No a costa de mi tormento y mi propia desidia.
Mi mano palpa el bolsillo. Siguen ahí los añicos del valor. No registra movimiento. No hay atisbo de fuga.
El niño se ha dormido. Te escribiré.


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