jueves, 22 de marzo de 2012

Viejos amigos


         Llegó de madrugada. Entró en la casa sin avisar, sin llamar antes por teléfono para decir que venía. Apareció por las buenas, apareció vestida de alba, perfumada de rosas y pan temprano. Se coló en el dormitorio de Carlos y lo encontró dormido.
         La última vez que se vieron, Carlos era algunos años más joven. Había sido más joven y más fuerte, y su sentido del humor y de la vida, entonces, había sido firme e invulnerable. Pero, hoy, su vieja amiga lo halló tristemente envejecido y deshecho.
         Asómate a la ventana, Carlos –murmuraba el viento en sus oídos, mientras él dormía y se abrazaba a su almohada descosida-. Asómate a la ventana y saluda a los pájaros, Carlos, y diles cuánto te gusta despertar cada mañana con su música. Asómate y saluda al gato de Cristina, y prométele una caricia, y dirige ese tráfico intenso de nubes con tus ademanes de cómico antiguo, y ordena los bostezos de la gente, y sonríenos al mundo, como otras veces, como otras mañanas. Asómate, Carlos, que ya aprieta el sol. Asómate y derríteme con tus ojos de pícaro.
         Carlos se agitó un poco en la cama. Su vieja amiga no quería despertarlo. Le palpó la frente y comprobó que tenía algo de fiebre.
         ¿Quién es, Carlos? –le preguntó el viento-. ¿Quién es ella? ¿A qué ha venido? ¿Por qué te toca? ¿Por qué se interpone? ¿Qué quiere? Dime, Carlos, ¿quién es y por qué ha venido? Asómate y cuéntame por qué ha venido. Asómate a la ventana y regálame un gesto, regálame una risa, y cuéntame quién es y por qué se entremete. Asómate y háblame, que el sol ya aprieta. Ven y dime por qué tienes fiebre y por qué ella te toca. Ven, Carlos, que las nubes se amontonan, que se mezclan y embrollan, que son torpes, que no tienen quien las dirija. Ven y cuéntamelo.
         Carlos abrió los ojos, aún dormido; contempló un instante la ventana entornada y volvió a cerrarlos.
         Su vieja amiga se mordió los labios.
         -Carlos –lo llamó.
         ¿Quién es? ¿Por qué te llama?, le preguntó el viento.
         -Carlos, despierta.
         ¿Qué quiere? ¿Por qué te llama?
         -Soy yo, despierta.
         El hombre reconoció la voz y se giró hacia ella, y le dio la sonrisa que el viento aguardaba, y le dio el abrazo que el viento aguardaba, y le dijo que la había esperado, que sabía que tarde o temprano regresaría, y que era verdad, que se sentía envejecido y deshecho, y que estaba preparado.
           Y su vieja amiga, su vieja enfermedad, se lo llevó esa mañana.


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