Llegó de
madrugada. Entró en la casa sin avisar, sin llamar antes por teléfono para
decir que venía. Apareció por las buenas, apareció vestida de alba, perfumada
de rosas y pan temprano. Se coló en el dormitorio de Carlos y lo encontró
dormido.
La última vez que
se vieron, Carlos era algunos años más joven. Había sido más joven y más
fuerte, y su sentido del humor y de la vida, entonces, había sido firme e
invulnerable. Pero, hoy, su vieja amiga lo halló tristemente envejecido y
deshecho.
Asómate a la ventana,
Carlos –murmuraba el viento en sus oídos, mientras él dormía y se abrazaba a su
almohada descosida-. Asómate a la ventana y saluda a los pájaros, Carlos, y
diles cuánto te gusta despertar cada mañana con su música. Asómate y saluda al
gato de Cristina, y prométele una caricia, y dirige ese tráfico intenso de
nubes con tus ademanes de cómico antiguo, y ordena los bostezos de la gente, y
sonríenos al mundo, como otras veces, como otras mañanas. Asómate, Carlos, que
ya aprieta el sol. Asómate y derríteme con tus ojos de pícaro.
Carlos se agitó
un poco en la cama. Su vieja amiga no quería despertarlo. Le palpó la frente y
comprobó que tenía algo de fiebre.
¿Quién es,
Carlos? –le preguntó el viento-. ¿Quién es ella? ¿A qué ha venido? ¿Por qué te
toca? ¿Por qué se interpone? ¿Qué quiere? Dime, Carlos, ¿quién es y por qué ha
venido? Asómate y cuéntame por qué ha venido. Asómate a la ventana y regálame
un gesto, regálame una risa, y cuéntame quién es y por qué se entremete. Asómate
y háblame, que el sol ya aprieta. Ven y dime por qué tienes fiebre y por qué
ella te toca. Ven, Carlos, que las nubes se amontonan, que se mezclan y
embrollan, que son torpes, que no tienen quien las dirija. Ven y cuéntamelo.
Carlos abrió los
ojos, aún dormido; contempló un instante la ventana entornada y volvió a
cerrarlos.
Su vieja amiga se
mordió los labios.
-Carlos –lo
llamó.
¿Quién es? ¿Por
qué te llama?, le preguntó el viento.
-Carlos,
despierta.
¿Qué quiere? ¿Por
qué te llama?
-Soy yo,
despierta.
El hombre
reconoció la voz y se giró hacia ella, y le dio la sonrisa que el viento
aguardaba, y le dio el abrazo que el viento aguardaba, y le dijo que la había
esperado, que sabía que tarde o temprano regresaría, y que era verdad, que se
sentía envejecido y deshecho, y que estaba preparado.
Y su vieja amiga, su
vieja enfermedad, se lo llevó esa mañana.
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