jueves, 16 de enero de 2014

Caperu


         Sustituyó la caperuza roja por un pañuelo blanco y la capa por un pareo floreado, pero seguía siendo ella. Se desentendió de la cestita de mimbre y ahora lucía un bolsito negro de cuero y remaches donde sólo tenía cabida el mechero y las llaves de casa, pero seguía siendo ella. Había cambiado los zapatitos rojos por unas botas que le cubrían las piernas más allá de las rodillas, pero seguía siendo ella. Y tampoco tarareaba cancioncillas silvestres, sino extrañas e irreconocibles melodías.
         -Si baaang, si baaang...
         Y, además, había abusado del carmín y del perfume de melocotón.
         -Si muuu, si muuu...
         Aunque, no nos engañemos, a los ojos del lobo seguía siendo la misma encantadora y dulce criaturilla.
        -Qué sorpresa –dijo el lobo, embutido en su disfraz de guarda forestal-. Tú por aquí, Caperu. ¿Y eso?
         -Hola.
         -¿A visitar a la abuela?
         -Te importará mucho a ti.
         -Qué insolente que eres, hija.
       La niña pasó de largo, apretando el paso. El guarda se enjugó la baba y se pellizcó la bragueta. Y echó a correr.
         La puerta de la casa estaba entornada.
         -¿Abueli?
         -Pasa, nena. Estoy en el dormitorio.
         -Te he traído tabaco.
         -Déjalo en la mesita, anda.
         -Huy, tienes los ojos mogollón de raros, abueli.
         -Los tengo así para... para... para ver mejor en la oscuridad.
         -Y tienes las uñas superlargas.
         -Las tengo así para... para hacerte cosquillas mejor, cariño.
         -Y los brazos... Mírate los brazos, abueli: llenos de pelo.
         -Para soportar mejor el frío, Caperu.
        De repente, la auténtica abuela de la niña abrió la puerta del dormitorio de una patada y apuntó con la escopeta al lobo.
         -¡Jobar! –se sorprendió la niña-. Si tú estás ahí, abueli, ¿quién es esta abuelita?
       -Un impostor pervertido –le contestó, sin dejar de apuntar al intruso-. Aparta, que le voy a meter el cartucho por donde hace caquita.
         -Conténgase, señora –le pidió el lobo-, que yo ya me iba.
         -A ti te voy a enseñar yo modales, degenerado –masculló la anciana.
         Y apretó el gatillo, pero la escopeta era una reliquia y no hizo pum, y el lobo aprovechó la circunstancia para morder a la abuelita en el cuello y a la niña en un pezón. Y después se marchó, silbando satisfecho.


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