Las
opciones son ridículamente limitadas, pero al señor Mateo, que ostenta una
imaginación tan grande como el edificio de oficinas de su empresa y un
optimismo similar en tamaño a su soledad, la proximidad de su único día de
vacaciones le contagia una alegría revoltosa y juguetona.
Porque,
en un día y proponiéndoselo con firmeza, el señor Mateo puede hacer maravillas.
Lo jura por su madre, que murió el mes pasado, la pobre, que era lo mejor que
podía haber sucedido, que así ya no sufre más, que era una santa, un pedazo de
pan.
El
señor Mateo tiene pensado coger mañana el coche y devorar los kilómetros que lo
separan de la playa. Cuatro horas y en la arenita fina, boca arriba,
coloreándose como una gamba. Más tarde, cuando el sol de mediodía apriete y la
especulación inoportuna de un cáncer epidérmico atraviese con alarma su
somnolencia, el señor Mateo recogerá la toallita y la riñonera y se refugiará
gustosamente en la barra del chiringuito toldero, pedirá una cerveza fresca,
haga usted el favor que me estoy derritiendo, y deslizará su mirada de vigía de
un bikini a otro con rostro impasible, con el rostro imperturbable de quien se
maneja con soltura en el arte quimérico de no sucumbir al embrujo femenino. Y,
cuando decida que una mujer es merecedora de su reparo, mejor bien provista de
pechugas, que más vale que sobre que no que falte, y obviando aquella premisa
incómoda que advierte de que tiran más dos tetas que dos carretas, el señor Mateo
avanzará descalzo por entre las dunas de arena, o las brasas, se arrodillará
junto a la dama, futuro blanco de sus más acalorados piropos, qué ojos, niña,
que parecen los luceros que alumbran la Tierra en las horas en que el mundo
duerme, y la invitará amablemente a tomar una cerveza fresquita en el
chiringuito, o en otro sitio, a mí me da igual, donde tú quieras, tú que
conoces esta zona, yo no vengo mucho, y luego comerán juntos una paellita, pago
yo, niña, faltaría más, e irán de compras a... bueno, adonde va todo el mundo,
mira cómo me queda este vestido, ¿te gusta, nene?, estás de capricho, reina, y
es que con esa percha..., y pasearán por las calles húmedas de la capital
costera, y tomarán un helado, y al señor Mateo se le formará un pellizco en el
vientre al verla lamer con exagerado ahínco la bola cremosa de leche merengada,
y se detendrán, cogidos de la mano, frente a los escaparates de las oficinas
inmobiliarias y leerán, alternativamente y en voz alta y suave, los anuncios de
los pisitos en alquiler, o en venta, y suspirarán juntos, haciendo planes, y
después, por la noche...
-¿Se
va usted mañana a alguna parte, señor Mateo? ¿Tiene planes?
-No lo
sé, hijo –responde él al muchacho, que es nuevo-. No lo sé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario