Son cinco
hermanitos, son criaturas candorosas, son cinco pequeñajos que retozan sin
maldad y sin descanso por la casa a cualquier hora del día.
Uno es moreno y
tiene remolinos en el cabello. Se llama David.
-Davizzz
–lo llama la huevona de su madre-, deja al abuelito en paz.
El abuelito murió
esa mañana. Está dentro de la caja, cruzado de brazos, muy serio, y el niño se
entretiene hurgándole en los agujeros de la nariz. A los que vinieron a dar el
pésame se les ha revuelto el estómago.
-Davizzz,
anda, deja al abuelito.
Otra de las
criaturas es pelirroja y tiene pequitas en la cara. Se llama Gloria. La
abuelita, que está deshecha por el dolor, ha preparado unos canapés de salmón
para las visitas, pero la niña se comió el salmón de los canapés en un descuido
de la abuela y los untó luego con el paté que quedaba en el frasco de Lulo, el
gato, y le dijo a la abuelita que ya se encargaba ella de servir la bandeja.
-Está rico
–comentó alguien-. ¿Qué es?
Otro de los críos
es rubio y tiene los carrillos muy rosados. Se llama Carlitos. Ha descubierto
un truco la mar de chulo: colocando una batería de coche en la mesa de centro,
oculta en la maceta de flores plastificadas, y conectando entre sí las
cucharillas de café y la batería con un cable pelado, puede hacer que a los
mayores les salgan chispas azules por el culo.
Otro de los
angelitos se llama Pablo y tiene el cabello del color de la miel. Su
especialidad es engatusar a las hijas de los amigos de papá y de mamá y
conducirlas a su cuarto con la excusa de enseñarles sus videojuegos, pero lo
que les enseña realmente es la colita, y las niñas se llevan invariablemente
las manos a la cabeza, primero, aunque después siempre acaban compartiendo con
él los secretos mejor guardados de su anatomía floreciente.
Y la última de
estas ricuras es Laura. Tiene el pelo ensortijado y negro, y ojos grandes y
oscuros. Está enojada con papá porque él dice que todavía es muy pequeña para
salir a bailar con las amigas.
Mamá la mira con una mueca de reproche:
-¿Puede saberse dónde
has estado? Mira cómo te has puesto de grasa.
Los asistentes al
velatorio se agitan y tosen incómodos.
-¿Alguien quiere
un café? –pregunta el papá de los niños-. ¿Nadie?
Laura se acerca a
Carlitos y le susurra al oído:
-No te preocupes.
Al final siempre hay alguien que lo toma.
-¿Qué llevas ahí?
-¿Esto? Son los
frenos del coche de papá.
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