miércoles, 31 de enero de 2018

El pulpo


       José Luis Pérez de la Mota se ha quedado solo en su estudio gracias a los méritos que ha cosechado a lo largo del tiempo. José Luis es un hombre malvado y egoísta que solapa su despreciable actitud tras una máscara de bondad infinita. Pero el resto del equipo ha logrado desnudar el verdadero rostro de este hombre endemoniado. Lo han dejado solo, y ahora nadie se apiada de él. Ni siquiera sus oyentes, que, a sabiendas del abandono al que lo han sometido sus compañeros, insisten pertinazmente en escuchar sus programas.
       "...en esta tarde otoñal –dice José Luis a sus oidores anónimos e incondicionales mientras prepara a toda prisa un disco-, qué menos que endulzar tu vida con una canción tan desgarrada y hermosa como ésta que ahora mismo vamos a escuchar y..."
       José Luis Pérez de la Mota no tenía mote. Sus amigos, que nunca los tuvo, podrían haberlo llamado el corderillo, por aquello de disfrazar sus intenciones; su mujer, de la que siempre careció, podría haberlo llamado el osito, por lo peludo que es y por su aspecto engañosamente tierno; sus padres, a los que nunca conoció, lo habrían apodado chiquitín, o quizá nenín, o riquichiquirritín tal vez, o algo parecido. Quién sabe. Pero el destino, ahora, le ha deparado una soledad bien merecida, más que justa, y también un mote: el pulpo.
       José Luis Pérez de la Mota introduce el disco en el reproductor con una mano, y con otra se acaricia las canas del bigote, y con una tercera mano sube el volumen del reproductor, y con una cuarta baja el volumen del micrófono, y con otra más descuelga el teléfono y atiende la llamada de un oyente, y con otra enciende un cigarrillo, y todo a un tiempo, todo a un tiempo en ese estudio vacío, donde la música repetida de esos discos tan manidos reverbera metálicamente una y otra vez, una y otra vez, como en los sueños malos, como en las noches malas, y los programas se suceden sin descanso, todos iguales, La hora del recuerdo, La hora del café musical, La hora de la nostalgia, y en todos cabe la misma música reiterada, los discos viejos y trillados, y José Luis se empecina en saludar a sus oyentes anónimos, en dedicarles canciones gastadas; José Luis se empeña con obsesión en acariciar el micrófono, él solito, como siempre había soñado, solo en su estudio, en su mundo, feliz en su abandono, él y sus múltiples manos, como siempre había soñado.


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