Detrás de mí. Con cada paso, un latido.
Detrás, más allá de mí. Más lejos ahora, más distante si esquivo el hueco de las
miradas. Las manos cerradas, insatisfechas. Más cercano después, ahora, si
tropiezo con los vaivenes del reloj.
Camino perdido. No es soledad, ni
desamparo. Camino perdido por un azar inquieto de amaneceres muertos, de albas
marchitas, de luces oscuras, malogradas. Camino desfallecido entre ocasos de
alientos podridos. No es desamparo, ni soledad. No es descuido, ni abandono. Es
temor, es miedo. Es espanto, a veces, cuando tropiezo con los vaivenes del
reloj.
Detrás de mí. Camino perdido detrás de
mí. Con cada paso, una herida. Pero no es soledad, es desamparo. Detrás, más
allá de mis recuerdos vacíos, más allá del camino perdido, detrás de mí,
distante si te esquivo, cercano ahora, junto a mí, si tropiezo con las agujas,
con su vaivén, con su juego macabro, con su destino. Las manos cerradas,
satisfechas. Pero no es descuido, es abandono. Y también es temor, es miedo. Es
espanto, a veces, cuando acaricio el rencor de tu mirada.
Detrás de mí. Puedo verte. Camino
perdido. Con cada paso, más cerca la locura. Detrás, más allá de mí, del camino
perdido, distante si te esquivo. Puedo verte. Puedo sentir tus latidos, las
manos cerradas, puedo sentir tu ansia y mi propio desmayo. Allí, distante sólo
si te esquivo, detrás de mí. Con cada paso, más cerca tu locura. Es soledad, y
desamparo. Es descuido, y abandono. Camino desfallecido entre mentiras, entre
tu odio y el mío, entre mi niñez y tus brazos podridos.
Tengo miedo.
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