Resulta muy complicado creerte.
Noches
enteras de ojos abiertos. Noches de cortinas oscuras que vigilan con sigilo y
calma el horizonte de las calles, allá donde acaban, allá donde muere su
repecho y se convierten en montaña pobre. Noches de cortinas quietas que patrullan
por mí. Alguien viene, alguien se tambalea en mitad de la bruma, eres tú. Y no
eres. Alguien baja la pendiente hiriendo con tacones de acero este silencio de
seda, eres tú. Y no eres. Un destello en la pared del dormitorio, el reposo de
mi pecho en mil pedazos, eres tú. Y no eres.
Se puede hilar con veneno una trampa y
servirla como una pasta de té. Se puede. Es la argucia de un corazón infectado.
Y se puede morder esa galleta con ojos cerrados y alma ansiosa de fe, y morir
después, y estar muerto sin saberlo. Se puede también. Es la inocencia de un
corazón que camina a tientas entre espinos.
Resulta muy complicado quererte.
Tardes enteras de brazos abiertos. Tardes
tibias de relojes cansados, de pianos descalzos, de vientos descaminados que se
levantan con languidez, sin ánimo, con el ánimo de levantarme el ánimo marchito;
tardes plomizas de pájaros mudos, de un sol que me mira fijamente sin querer
mirarme, sin querer y sin quererme, que me juzga y se apiada, que me acusa y me
condena, y que después me indulta; tardes difuntas de esperas sin fruto, de
flores difuntas sin color, de mariposas torpes, de recorridos vagos, de
murmullos arrugados; tardes intrusas de atardecer prematuro. Alguien baja la
calle, eres tú. Y no eres.
Se puede morir con tu veneno. Se puede.
Yo puedo.
Resulta muy complicado perderte.
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