Es medianoche.
Cualquier pretexto es válido, cualquiera; únicamente necesito proponérmelo y
saltar desde la ventana de esta casa. Cualquier excusa es bienvenida. Y me
arrojo a los brazos abiertos del mar en calma que es la noche. No quiero
muerte, quiero viajar. No pretendo la muerte, sólo un paseo. Anhelo descubrir
ese camino oculto que tanto tiempo permaneció de espaldas a mis sueños. Me
arrojo, salto sobre las calles, sobre la gente. Hay vértigo, y miedo. Pero
también hay curiosidad, y no soy un cobarde.
Olvidé quitarme
el pijama. Tal vez los demás se rían de mi aspecto: un viajero volador con
decenas de perritos estampados en los pantalones y en la camisa. Tienen derecho
a reírse. Aunque mi profesora de naturaleza no lo hace. Me mira y sonríe, y se
cubre la boca después, pero no se burla. Qué seria ha sido siempre; incluso
sonriendo. Y cuánto la quise, cuánto me enamoré de ella en el pupitre, cuánto
la abracé en mis noches. Adiós, Susana. Nos vemos. Quería casarme contigo, ¿lo
sabías? ¿Te imaginas? Doña Susana, ¿le importaría casarse conmigo? Y ¿qué
habría pasado? ¿Qué habrías dicho tú? Vuelve a tu sitio, anda. Se lo
digo en serio. Hablamos en el tiempo de recreo. Vuelve a tu sitio.
Adiós, Susana.
Nadie se ríe. Es
extraño: lo último que habría esperado es este acogimiento. Hay gente reunida
en la calle, hay gente en las ventanas. Miran, pero no se ríen de mi camisa.
Ahí está Alberto, el mejor de mis amigos de esa broma que llaman infancia.
¿Cómo te va, chaval? Pareces preocupado. ¿Es por mí? No, no es por mí. Es por
el miedo; no has logrado ahuyentarlo. Ya hace una eternidad que el cáncer te
llevó y aún estás asustado. Tu madre cree que duermes en casa todavía, ¿sabes?
La pobrecilla no se da cuenta de que murió contigo. ¿Has visto qué pijama tan
ridículo? Es un regalo. Los regalos son para lucirlos, Alberto. La ética y esas
cosas. No te perdiste nada, majo. Este mundo está lleno de dolor. Lo peor es el
miedo, ¿verdad? El miedo a hacer el viaje, el viaje sin maletas, sin
programación, sin consentimiento.
Yo también tengo miedo, por qué voy a negarlo. Aunque no soy
un cobarde. Me gusta volar, y es curioso porque siempre tuve vértigo. Adiós,
señores. Cuánta gente. Da vergüenza sentirse tan observado. Mira, ahí está mi
abuelo. Menuda pieza estaba hecho. Y mi tía. Y esos chicos que se perdieron en
la montaña, y el pobre de Jesús, que se creía superman, y la ancianita de la
tienda, y el marido de Lucía, y otros a quienes no conozco. Adiós.
Pero no me miréis así, yo sólo voy de paseo, sólo voy de
viaje. Lo mío es un capricho, poca cosa. Tenía ganas de viajar. Sólo eso.
Porque hay cosas en este mundo de locos que aún no quiero echar de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario