Se ríe de mí. La miro, le acaricio las
mejillas con un soplo y camino sus párpados con un dedo que tiembla de miedo, y
ella, entonces, se ríe de mí. Su desdén ciego es un desmayo gris que me va y
viene por el cuerpo dejando un rastro de aliento pobre, un recorrido amargo y
tambaleante que araña la sangre y traza un surco frío entre los huesos. Una
espina verde atravesada en la garganta, un relámpago de hielo alojado en el
corazón.
La quiero, pero el calor de mi
entusiasmo desfallece, con cada golpe de mar, en la orilla desnuda de su
indiferencia. Me ahogo al toparme con sus ojos inquietos, me ahogo mil veces al
toparme con el deseo de abarcar su pensamiento, tan ensortijado. Ella es
terciopelo afrutado, es aroma de azúcar mudado en cristal oscuro, es un
amanecer tibio en mitad del invierno, es la promesa de un beso fugaz detrás de las
cortinas, es mi locura mudada en cristal oscuro. Es, si sonríe, toda una vida.
Se burla de mí. Su descaro de niña
impaciente está jugando con los jirones de mi calma. La divierte mi naufragio. La
miro, le estremezco el cabello con un soplo y camino su pecho con un dedo que
tiembla de pánico, y ella, entonces, se burla de mí. La miro, le desbarato los
nudos de su vestido con un soplo y camino su vientre con un dedo que tiembla de
terror, y ella, entonces, se burla de mí.
La
miro, y ella, que hoy lo significa todo, que a un tiempo es llanto y primavera,
se ríe de mí. Y yo desfallezco, con cada golpe de mar, en la orilla desnuda de
su indiferencia.
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