La arena descorazonada y frágil de una
playa. El agua tibia, decepcionada. Vadear el inmenso océano, a tientas.
Navegar de puntillas. Naufragar bajo lunas llenas. La memoria varada en una
isla cubierta de espinas. El dolor, deshabitado.
A un lado y a otro, las huellas del
tiempo. Lágrimas rotas en las ramas podridas de un árbol, como anillos sin oro
en los dedos delgados de un hombre pobre. Un fuego enfermo y solitario
combatiendo el frío, templando la brisa ciega del invierno, que se acurruca trémula
en el vientre de la colina. Los ojos fugaces del remordimiento, riendo entre
los arbustos marchitos.
-Ven, y viaja conmigo.
-Hoy no.
-¿Tienes miedo?
-Son tus manos heladas en mi cuello.
A un lado y a otro, las orillas del
tiempo, los márgenes despeñados del camino. Cicatrices nuevas en la corteza del
recuerdo, como trazos sin tinta en las páginas de un cuaderno desmayado. Nubes
de consumida guerra combatiendo sin cordura, arrojando diluvios desvaídos. El
reloj se acurruca, adormecido, en el regazo de una roca.
-Ven, y
muere conmigo.
-Hoy no.
-¿Tienes miedo?
-Es tu compasión y sus caricias
descarnadas.
A un lado y a otro, la sangre
derramada, la arena frágil, el agua tibia, el océano a tientas. Navegar de
puntillas y naufragar bajo lunas llenas. Mi corazón varado en una isla cubierta
de espinas.
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