sábado, 21 de abril de 2012

Del diario de otra farola


         Esta madrugada he vuelto a ver al anciano de los medios resuellos. Se le ha caído otra vez un recuerdo, en un descuido, y la calma se le ha quebrado como si fuera cristal. Estuvo un buen rato apoyado en la persiana de Julio, el de la imprenta, desempolvando nostalgias sin querer, hurgándose en las heridas secas. Luego, levantó la cabeza y arrastró los pies calle arriba. Dejó un rastro de pena, un rastro de caracol melancólico y derrotado, una estela suave que me duele.

         Javier continúa visitando a escondidas a Margarita. Sus hijos lo saben, y se burlan de él, se burlan de su prudencia. Porque Margarita es viuda, como él, y no hay necesidad de esconderse de nadie. Pero ellos se ven cada puesta de sol en la esquina, frente al estanco, uno fingiendo que lee el periódico y la otra fingiendo que riega las macetas, sin agua, con alegrías de veinte años. A veces se hace tarde y Margarita le presta una rebeca para que no coja frío, y entonces, creyendo que nadie los mira, se rozan los dedos.

       Hoy he visto a la niña de los ojos grandes, la de las trenzas, la de las gafas grandes. Pobrecita, se ha caído jugando y se ha hecho un corte en la rodilla. Sus compañeros de clase la llaman el buzo, porque dicen que uno puede sumergirse en el agua con sus gafas. Pero hoy nadie se mete con ella porque va luciendo una venda en la rodilla, y la sangre siempre espanta las bromas de los niños. En su lugar, le han ofrecido un caramelo.

         El hermano de Félix se ha comprado un coche. Lo ha estrenado esta tarde. Se le notaba ansioso por mostrárselo a Adela, la de la tienda de frutos secos. Ha dado vueltas y vueltas a la manzana con el coche hasta que quedó libre un hueco cerca de su tienda, y la ha esperado más de una hora, abrazado a un cigarrillo. A Adela le ha gustado mucho el coche. Pero a Bruno no le ha gustado nada. Porque Bruno es un muchacho que, por ver a Adela cada día, se ha puesto gordo de comer cacahuetes. Ahora maldice su suerte y, cuando cree que nadie lo mira, llora dentro de un pañuelo.

         Esta noche, la luna me mira distinta. Como si no me conociera. Yo creo que está mayor, igual que el anciano de los medios resuellos. Son demasiados años. Girando y girando, sin descansar un minuto. Yo creo que se nos muere cualquier día, que hace viudo al sol una mañana, sin avisar. Porque son ya muchos años trazando estelas sobre nosotros. Porque tiene el corazón roto, igual que Bruno. Porque extravió su ilusión de luna joven hace tiempo, y ya no le quedan sonrisas.


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