Esta madrugada he
vuelto a ver al anciano de los medios resuellos. Se le ha caído otra vez un
recuerdo, en un descuido, y la calma se le ha quebrado como si fuera cristal. Estuvo
un buen rato apoyado en la persiana de Julio, el de la imprenta, desempolvando
nostalgias sin querer, hurgándose en las heridas secas. Luego, levantó la
cabeza y arrastró los pies calle arriba. Dejó un rastro de pena, un rastro de
caracol melancólico y derrotado, una estela suave que me duele.
Javier continúa
visitando a escondidas a Margarita. Sus hijos lo saben, y se burlan de él, se
burlan de su prudencia. Porque Margarita es viuda, como él, y no hay necesidad
de esconderse de nadie. Pero ellos se ven cada puesta de sol en la esquina, frente
al estanco, uno fingiendo que lee el periódico y la otra fingiendo que riega
las macetas, sin agua, con alegrías de veinte años. A veces se hace tarde y Margarita
le presta una rebeca para que no coja frío, y entonces, creyendo que nadie los mira,
se rozan los dedos.
Hoy he visto a la niña de los ojos grandes, la de las
trenzas, la de las gafas grandes. Pobrecita, se ha caído jugando y se ha hecho
un corte en la rodilla. Sus compañeros de clase la llaman el buzo, porque dicen que uno puede sumergirse
en el agua con sus gafas. Pero hoy nadie se mete con ella porque va luciendo
una venda en la rodilla, y la sangre siempre espanta las bromas de los niños.
En su lugar, le han ofrecido un caramelo.
El hermano de Félix se ha comprado un coche. Lo ha
estrenado esta tarde. Se le notaba ansioso por mostrárselo a Adela, la de la
tienda de frutos secos. Ha dado vueltas y vueltas a la manzana con el coche
hasta que quedó libre un hueco cerca de su tienda, y la ha esperado más de una
hora, abrazado a un cigarrillo. A Adela le ha gustado mucho el coche. Pero a
Bruno no le ha gustado nada. Porque Bruno es un muchacho que, por ver a Adela
cada día, se ha puesto gordo de comer cacahuetes. Ahora maldice su suerte y,
cuando cree que nadie lo mira, llora dentro de un pañuelo.
Esta noche, la luna me mira distinta. Como si no me
conociera. Yo creo que está mayor, igual que el anciano de los medios
resuellos. Son demasiados años. Girando y girando, sin descansar un minuto. Yo
creo que se nos muere cualquier día, que hace viudo al sol una mañana, sin
avisar. Porque son ya muchos años trazando estelas sobre nosotros. Porque tiene
el corazón roto, igual que Bruno. Porque extravió su ilusión de luna joven hace
tiempo, y ya no le quedan sonrisas.
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