sábado, 7 de abril de 2012

Un ángel


         Un andén al mediodía, gente que va y viene, gente con prisa, transeúntes con cara de pocos amigos y algún despistado que no sabe muy bien adónde le llevará el próximo tren.
       Ella aparece de pronto, entre el tumulto, y yo dejo de lado el pensamiento. Lo normal, en estos casos, es contemplarla un momento, muy breve, y luego desviar la mirada para guardar las formas y conservar la entereza. Lo normal, digo, que no lo que deseo. Lo que deseo es observar cómo camina entre la gente, sorteando de uno en uno a los desconocidos, flotando sobre sus pies con la suavidad de una pluma. A lo mejor es un ángel y acabo de volverme loco, no me extrañaría. A lo mejor, entre la gente, no hay nada, sino un hueco casual, el hueco que ella ocupa en mi imaginación.
         Me levanto, por si acaso, y doy un paso al frente. Quiero cruzarme en su camino. Aspiro a rozar el aire que desplaza, si es que existe, si no es cosa de mi mente embotada. Aspiro, si no es mucho pedir, a deleitarme con su perfume, cualquiera que sea. Me coloco casi al borde del andén y allí espero a que ella tropiece conmigo. Pero no tropieza, ni se cruza siquiera en mi camino. Ya no está. Ha vuelto a su lugar entre las musas.
         El tren, menudo estruendo, irrumpe en la estación y todos nos empujamos como locos por hacernos un hueco en el vagón. Mira tú por donde, hoy encuentro un sitio libre en que sentarme. Estoy cansado y celebro interiormente haber tenido fortuna. Todo el día de un lado para otro, aquí y allá, venga a caminar y caminar... A mi lado, una joven abre un libro y se dispone a leer. La gente tiene mucha costumbre de leer en el transporte público porque...
         Es ella. Jesús, vaya susto. Y yo con las ideas en voz alta, qué vergüenza. Me está mirando. Bueno, a mí no, está mirando el gorro que me he puesto. Es que hace un frío... Está sonriendo. Creo que le gusta el muñequito del dibujo. Ya no, ya no mira. Es prudente, no como yo. Y tan bonita... Podría decirle algo, lo que fuera. Claro, que todo el mundo lo escucharía. ¿Y si no me hace caso? ¿Y si la gente se ríe? ¿Y si me saca la lengua?
         No es posible, el tren nunca llega tan pronto a la siguiente estación. Ha cerrado el libro, se baja en ésta. ¿Ya? ¿No volveré a verla? Debería despedirme. Debería decirle...
         -¿Cómo te llamas?
         No me ha oído. Tengo que alcanzarla. La bufanda, voy a cogerla por la bufanda para que no escape...
         Ese niño se está riendo y su madre le ha dado un cachete. Se ríe porque me ha visto jugar con una mano en el aire.


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