Mario se ha
dejado abiertas las puertas del corazón, y la corriente está enfriándole los
pies. Si sigue así, cogerá un resfriado. Hoy tiene una cita a las seis. Su
chaqueta azul, la que se pone los sábados para ir al cine, está plegada sobre
el sofá, aguardándolo. La chica es bonita. Se han conocido en el trabajo. Es
amable con él. Está preocupado porque no quiere estropear el encuentro. Cuando
la vea, ha de sonreír. Una sonrisa es un regalo, es como una bandejita de
pasteles. Para ella, pasteles para ella. Lleva sonriendo desde la semana pasada,
pero no se ha dado cuenta. Desde que fijaron la cita. Ha dedicado una hora a
planchar la camisa y otra a recortarse la barba. Está satisfecho. Los zapatos
se han quedado algo viejos, pero aún lucen elegantes. Si tuviese la llave,
cerraría las puertas y evitaría esa corriente, pero no la tiene. El resfriado
es un riesgo que vale la pena asumir. Sólo hay una nube en el cielo, detrás de
la iglesia. Parece una postal de primavera. Cuando la vea, se lo dirá. Le dirá
que hoy el cielo parece una postal de primavera. A las mujeres les gusta
escuchar esas cosas, y a él le gusta decirlas. En el trabajo no puede hablar
con ella. Lo tienen prohibido. Únicamente en la sala del café, pero apenas hay
tiempo. Abordarla en la salida fue un gesto muy valiente. Se siente orgulloso. Se
siente muy bien. Está tarareando algo. La chica es bonita. Cuando la vea, le
dirá que hoy el cielo, con ella y con la nube en la iglesia, parece una postal
de primavera. Se ha echado unas gotas del frasco verde, del perfume que usó en
la boda de Alberto. Es un frasco tan pequeño y tan caro que hay que andarse con
ojo. Enseguida se acaba, en un descuido. Se ha echado un poco más. Es por ella.
El latido también. El color de las mejillas también. Las cinco. Una hora para
verla. Un cosquilleo raro en las manos. La camisa está perfecta, Mario. Los
zapatos no parecen viejos. Y él aparenta hoy algunos años menos. Se lo ha dicho
el espejo antes. El espejo no miente. Ha apagado la luz y se ha marchado. Si
tuviese la llave, cerraría las puertas, pero no la tiene. En la calle apenas
hay ruido. Cuando la vea, le dirá que está nervioso, que no quiere estropear el
encuentro. Bueno, y también le dirá que el cielo, con ella, parece una postal
de primavera. Y que no es la única chica en el mundo que camina con muletas,
que él la prefiere así. Y ha de sonreír, que no olvide sonreír, que es un
regalo. Pasteles para ella. Y luego le preguntará si quiere ir al cine, o a dar
un paseo. O si se siente con ganas de intentarlo de nuevo.
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