Estimada
mía:
Hoy salí a conocer la ciudad. Salí a
caminarla, a respirar el aire de sus calles nuevas. Me detuve en el mercado, y
allí me detuve. Fue el aroma amable de la fruta en los puestos, fue el
atropello dulce de las conversaciones, la risa de un niño descamisado, el baile
apresurado del tendero, de sus manos, el ir y venir de mis recuerdos desleídos
entre las cajas de madera. Me atrapó el pasado, y allí quedé atrapado.
Imagino, estimada mía, que tan sólo
transcurrió un minuto, que mi delirio no fue más que una brevedad melancólica,
una broma fugaz de mi mente enredada, pero alguien atisbó mi naufragio y me
arrojó un cabo, pero alguien, a pesar de mi tímida y fugitiva locura, atisbó el
naufragio y me arrojó un cabo. Me arrojó una sonrisa, y a ella me aferré, y
abrazado a ella quedé flotando en mitad del océano.
Alcancé la orilla poco después.
Desembarqué de mi fantasía. Regresé al hotel, a la habitación desnuda.
Te escribiré.
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