jueves, 31 de julio de 2014

Los motivos de Margarita


         Margarita mató a su marido porque estaba aburrida. Lo mató siguiendo las instrucciones y el consejo de un personaje de novela. Lo mató porque no deseaba seguir siendo una mujer triste y apática.
         -¿Qué tiene que alegar en su defensa? –le pregunta el juez.
         -Nada.
        El juez es pequeñito y redondo, y se parece mucho a la pelota de golf de su marido. Se parece muchísimo, en realidad.
         -¿Admite los hechos?
         -Sí.
         Se la llevan después dos policías, sujetándola con fuerza por el cuello y por las muñecas. La arrastran escaleras abajo y luego le dan una patada en el culo y la meten en un coche azul. El coche se parece mucho a su carrito de la compra; en realidad, es de igual tamaño y huele del mismo modo. En la calle, su vecina Rosa la recibe con un aplauso entusiasmado; le grita que es la mejor, que la admira, y a los policías les dice que son feos y brutos, y que deberían patear también el culo de sus mamás. Uno de los agentes le muestra un dedo y ella enseña los dientes.
         -Admito los hechos –murmura Margarita-. El juez me ha preguntado y yo le he dicho que sí. Lo que no le he dicho es que se parece mucho a la pelota de mi marido.
         Dentro del coche, el otro agente se afana en cubrir la boca de Margarita con esparadrapo, pero ella le muerde los dedos.
          -Ay.
         Ahora que se fija, Margarita percibe el parecido existente entre el policía y el flamenco de chapa que adorna su salón, ése que está junto a la puerta. En realidad, el parecido es asombroso.
        -Lo malo de matar a un marido –le dijo el personaje de novela varios días atrás- es que siempre subsiste en las manos el hedor de la culpabilidad. Esto no ocurre, por ejemplo, cuando se mata a una suegra.
         -Pero yo admito los hechos –insiste Margarita-. No importa.
         El agente del esparadrapo mitiga el dolor de los dedos con un lametón.
         -Tienes buenos dientes, cachorrillo –le dice, muy serio.
         -Admito los hechos.
         -¿Por qué lo mataste?
         -Porque era mío.
       Más tarde, la patada en el culo la impulsa al interior de una celda que, insólitamente, se parece muchísimo a su cocina. En realidad, es idéntica: el fregadero es el mismo, los azulejos también, y el reloj de la pared, y los trapos...
         -¿Tan tediosa era tu vida, Margarita? –le pregunta su marido muerto.
         -Tanto.


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