Siguió las huellas del corazón, que
eran como nubecillas rojas en la arena. Tropezó, tosió y se sentó a comer un
coco y un melón. Después, desempolvando su pena, con la panza hinchada y las
mejillas coloradas, el pirata y su palo por pata prosiguieron buscando el
corazón, que era, para él, como un enorme tesoro, como un cofre repleto de oro,
como su vida entera.
La princesa, que antes fuera duquesa y alegre
vendedora de fresas, en aquel mercado olvidado de aquel pueblecillo precioso y
aislado, había negado el amor al pirata, y también a su palo por pata. Él la
quiso con locura, con amarga entrega y dulzura, y, aunque prometió en rica seda
envolverle la luna, la princesa, ensimismada, por un rico marqués embelesada, negó
su amor al pirata. A él y a su palo por pata.
"Sueño
con tu mirada, princesa mía,
con
tus ojos grandes y tristones,
y
me embarco en ellos, cada noche,
atravieso
mares oscuros de aguas heladas,
defiendo
tu honor ante bandidos y bribones,
y
exhausto al final del viaje y la dura jornada,
me
adormezco en los brazos de tu recuerdo,
mi
princesa amada".
En aquella isla desierta y desterrada,
entre rocas, traviesos cangrejos y ensenadas, el pirata y su palo por pata
seguían las huellas y buscaban, con cada nuevo amanecer, el corazón de su
princesa deseada. A él, que nunca le importó que antes fuera duquesa y alegre
vendedora de fresas, que jamás había enarbolado un reproche a su desordenada
procedencia y cuna, le bastaba una mínima pista en la arena para desvanecer su
tristeza y su pena y reanudar con ahínco su amorosa pesquisa. Y cuando florecía
la noche, y sus cabellos canos alborotaba la brisa, tres flacos gusanos tomaba por
cena, tres gusanos y el recuerdo de su cristalina risa.
"Sueño
contigo, princesa mía,
a
la tenue luz de esta luna,
sueño
con tener la fortuna, un día,
de que tu vida y la mía sean sólo una."
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