Porque buscan recorrer una senda que todavía no han
caminado, y tienen miedo de no poder hacerlo. Porque los apremia el tiempo, la
asfixia del tiempo, el tictac de la sangre en el cuello, el tictac de las
puestas de sol, tan turbias, tan premonitorias. Porque creen encontrar algún
tipo de alivio, porque con ello aplacan las dudas, se desvanecen los vacíos,
porque el cielo es firme y admite pisadas blandas, porque el cielo es firme y
soporta el titubeo de la vejez, porque el cielo de los viejos no reprocha los espantos,
sino que a ciegas los abraza, sin sermones, sin regaños de pobre. Porque van en
busca de un sendero sin más revueltas, porque ahora los consuela el llanto de
madera del bosque, porque necesitan advertir las espinas antes de que lo hagan
sus pies, porque el corazón se les hiere sólo con rozarlas, porque ya no hay
otra cosa que astillas. Detrás de ellos va quedando un reguero de vida y
recuerdos. Hay memorias nítidas de una alegría distante, de una noche y de un
mar, de unos ojos y de un mar, y hay memorias confusas de amaneceres repetidos,
de atardeceres multiplicados sin color. Hay memorias que aún lastiman, que
fortalecen, y otras que apenas inquietan el alma, que la estrangulan. El dolor duele,
ríe y hace grande la vida, y la inercia de una armonía insustancial exaspera
los deseos. Porque no les queda otro sueño que seguir caminando, porque no les
queda otra prudencia que caminar. Porque compadecen su propia debilidad, porque
lloran llantos secos de madera, como el bosque, porque ensombran con sus
figuras corvas el atajo de tierra, porque entierran sus quimeras nuevas en esta
vereda estéril de espinas, de sólo astillas, y las abonan con plegarias
gastadas. Porque mudan los ojos en locura cuando los besa el viento, cuando los
golpea el viento, cuando zozobran por el viento. Porque su locura muda en calma
cuando el tormento de los huesos remite un poco, cuando el tormento del tictac
amaina un poco. El suelo es el cielo de los viejos y consiente, una a una, sus
pisadas blandas, y no reprende quejidos ni temores, y no castiga incertidumbres.
Porque buscan alcanzar un mañana de seda y terciopelos blancos, porque aún no quieren
rendir la vida, porque no regalan culpas al futuro, porque no arrepienten
faltas del pasado, ya qué importa, porque rabian deslices de fe, ahora que por
fin asoma, porque el tiempo ahoga con sus dedos de alambre, porque no queda
aire en el camino. El cielo es firme y aguanta la embestida humilde de los
viejos.
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