miércoles, 13 de junio de 2012

El suelo es el cielo de los viejos


         Porque buscan recorrer una senda que todavía no han caminado, y tienen miedo de no poder hacerlo. Porque los apremia el tiempo, la asfixia del tiempo, el tictac de la sangre en el cuello, el tictac de las puestas de sol, tan turbias, tan premonitorias. Porque creen encontrar algún tipo de alivio, porque con ello aplacan las dudas, se desvanecen los vacíos, porque el cielo es firme y admite pisadas blandas, porque el cielo es firme y soporta el titubeo de la vejez, porque el cielo de los viejos no reprocha los espantos, sino que a ciegas los abraza, sin sermones, sin regaños de pobre. Porque van en busca de un sendero sin más revueltas, porque ahora los consuela el llanto de madera del bosque, porque necesitan advertir las espinas antes de que lo hagan sus pies, porque el corazón se les hiere sólo con rozarlas, porque ya no hay otra cosa que astillas. Detrás de ellos va quedando un reguero de vida y recuerdos. Hay memorias nítidas de una alegría distante, de una noche y de un mar, de unos ojos y de un mar, y hay memorias confusas de amaneceres repetidos, de atardeceres multiplicados sin color. Hay memorias que aún lastiman, que fortalecen, y otras que apenas inquietan el alma, que la estrangulan. El dolor duele, ríe y hace grande la vida, y la inercia de una armonía insustancial exaspera los deseos. Porque no les queda otro sueño que seguir caminando, porque no les queda otra prudencia que caminar. Porque compadecen su propia debilidad, porque lloran llantos secos de madera, como el bosque, porque ensombran con sus figuras corvas el atajo de tierra, porque entierran sus quimeras nuevas en esta vereda estéril de espinas, de sólo astillas, y las abonan con plegarias gastadas. Porque mudan los ojos en locura cuando los besa el viento, cuando los golpea el viento, cuando zozobran por el viento. Porque su locura muda en calma cuando el tormento de los huesos remite un poco, cuando el tormento del tictac amaina un poco. El suelo es el cielo de los viejos y consiente, una a una, sus pisadas blandas, y no reprende quejidos ni temores, y no castiga incertidumbres. Porque buscan alcanzar un mañana de seda y terciopelos blancos, porque aún no quieren rendir la vida, porque no regalan culpas al futuro, porque no arrepienten faltas del pasado, ya qué importa, porque rabian deslices de fe, ahora que por fin asoma, porque el tiempo ahoga con sus dedos de alambre, porque no queda aire en el camino. El cielo es firme y aguanta la embestida humilde de los viejos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario