La misión que he
tenido, la que con más afán he llevado a cabo, ha sido perderte. Fue una misión
secreta, incluso para mí. Ha sido el trabajo más minucioso que jamás he
realizado, mi mayor hazaña. Y, como siempre ocurre cuando se pone empeño en
cumplir bien un propósito, el resultado fue satisfactorio. La misión fue un
éxito. Te perdí, te aparté de mi vida. Una maniobra impecable.
Lo que sucede es que
ahora no encuentro el regocijo, no sé dónde he puesto la euforia. Por más que lo
busco, no encuentro el entusiasmo que dejan las buenas obras. En los cajones
del armario no hay ropa, sólo trampas. He resuelto organizarme, pero sucede que
ahora no encuentro el humor de ayer, no sé dónde he guardado el sarcasmo. Por
más que las busco, no encuentro las bromas con que burlé entonces la madrugada.
En las hojas del calendario no hay fechas, sólo trampas. He resuelto
organizarme, pero sucede que ahora no me encuentro, sucede que ahora todo está
cambiado. En los reflejos del cristal no hay miradas fugaces, sólo trampas.
Debiste gritar
que te dolía, o que la noche te hacía temblar, o que te daba miedo cruzar la
calle sola. Debiste hablarme al oído. Debiste enseñarme a escuchar, a entender
lo que decías. Debiste hacerlo.
A lo que he brindado
mi tiempo, a lo que más tesón he puesto en mi vida, ha sido a perderte. Fue una
labor misteriosa, incluso para mí. Ha sido el trabajo más escrupuloso que jamás
he realizado, mi mayor proeza. Y, como siempre ocurre cuando uno se entrega por
acabar bien su tarea, el resultado fue satisfactorio. Lo que hice ayer es
francamente insuperable.
Ya ves, me dediqué a
perderte.
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