Con lo que sobró
de un beso se ha hecho un sombrero, y con él pasea por la calle, tan orgulloso
como el día en que su madre le regaló su primera bicicleta. Tiene un tigre en
la tripa que ruge con impaciencia, pidiendo pan, y un oso en el jersey que mira
de soslayo a los viandantes.
Con lo que sobró de una cena, cena él. En los cubos de basura
encuentra cosas que jamás habría imaginado. En América, las tapaderas de los
cubos son como los platillos de una orquesta; lo ha visto en las películas.
Pero, en lo que queda de su España grande y libre, los cubos de basura tienen
tapadera articulada, igual que los retretes. Y el mismo olor. Y en ellos
encuentra cosas muy valiosas: una bolsa de viaje, un melocotón, un lapicero, un
periódico… Al tigre de su tripa le basta con morder el melocotón. Al oso del
jersey le basta el lapicero. Y a él, a nuestro vagabundo, le basta con que a
ellos les baste. Donde hay dos sonrisas, puede haber tres. Frío, niebla de
invierno somnoliento y sonrisas, tres sonrisas, que son más que dos y menos que
mañana, o algo así.
Con lo que sobró
de una tertulia callejera se ha hecho una bufanda. Ya no le corta el viento la
cara, menos mal. Menuda noche destemplada. Mira, ahí está Eva, la hija del
peluquero. Cada vez que sale a la calle, la ciudad se embellece. Es como un
adorno de navidad, como un farolillo de verbena. Al oso de su jersey se le
encienden los ojos de rubor. Y a él también, pero los gira hacia arriba y los
esconde. Ahí se acerca la muchacha. Que viene, que viene.
-Buenas noches,
guapa –le dice.
Nada, ella no
escucha.
-Abrígate, Eva,
que hace frío.
Ella no habla con
indigentes. Ni siquiera los ve. Camina con la arrogancia que otorga el estómago
lleno. Lleva prisa. Ha quedado. Tiene un novio en la esquina, aguardando. El
novio tiene coche y medio, y ganas de verla, como cualquiera. La recibe con
brazos abiertos y ojos encendidos de rubor, igual que el osito del jersey del
vagabundo, y la muchacha se cuela entre los brazos como un regalo. Se van. Se
han ido. Abrígate, niña, que no es noche de andar destapada.
Con lo que sobró
del abrazo, se abriga él. Duerme el tigre de la tripa, está roncando. Es hora
de mullir los cartones. Mañana será otro día. Mañana habrá nieve; lo ha visto
en la tele del escaparate. Al vagabundo le gusta la nieve porque no hace daño,
porque cae despacio, igual que los besos de una madre. Se adormece, suspira.
Con lo que sobra de los recuerdos de una vida, vive él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario