Había una puerta
abierta en el dormitorio, más allá de las sábanas deshechas, entre el hueco de
las cartas vacías y la lámpara sin pantalla. Había una puerta abierta, tal y
como la dejó el destino, y a través de ella, sin piedad, me llegaba la brisa de
otoño, despacio, con tu mismo vestido y tu mismo carmín. Con tus mismos ojos,
los de ayer, los del vértigo, los ojos de la miel derramada.
Una brisa de
otoño mata, igual que el filo de un puñal. Una brisa de otoño viene cargada de
murmullos, de rencores, de medios recuerdos, y mata, igual que el filo de un
puñal. Una brisa de otoño se desliza como una serpiente por el suelo de la habitación,
y se enreda en las notas del piano, tan débil, tan vulnerable hoy, y apaga las
velas del amanecer con su aliento, y enturbia los colores, y mata, igual que el
filo de un puñal.
Y todo por ti.
Por haber caído en la trampa de tus manos.
Había una herida
abierta en el dormitorio, más allá de los sueños deshechos, entre el hueco de
mi vida vacía y el armario sin espejos. Había una herida abierta, tal y como la
dejó el destino, y a través de ella, sin clemencia, me llegaba el llanto del
otoño envuelto en una brisa, envuelto en los ecos marchitos de tu risa,
despacio, con tu mismo perfume y tu mismo revuelo de pestañas. Con tus mismos
ojos, los de ayer, los del miedo en la noche oscura, los ojos pintados de
ocaso.
Había una calle
abierta en mitad de la ciudad, una calle rota que sangraba. Y una brisa de
otoño cubriéndola de tormento. Y yo no tengo ungüento ni melodías con que
aliviar el dolor. Porque una brisa de otoño mata, igual que el filo de un
puñal, igual que tú.
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