domingo, 7 de septiembre de 2014

Una brisa de otoño


         Había una puerta abierta en el dormitorio, más allá de las sábanas deshechas, entre el hueco de las cartas vacías y la lámpara sin pantalla. Había una puerta abierta, tal y como la dejó el destino, y a través de ella, sin piedad, me llegaba la brisa de otoño, despacio, con tu mismo vestido y tu mismo carmín. Con tus mismos ojos, los de ayer, los del vértigo, los ojos de la miel derramada.
         Una brisa de otoño mata, igual que el filo de un puñal. Una brisa de otoño viene cargada de murmullos, de rencores, de medios recuerdos, y mata, igual que el filo de un puñal. Una brisa de otoño se desliza como una serpiente por el suelo de la habitación, y se enreda en las notas del piano, tan débil, tan vulnerable hoy, y apaga las velas del amanecer con su aliento, y enturbia los colores, y mata, igual que el filo de un puñal.
          Y todo por ti. Por haber caído en la trampa de tus manos.
         Había una herida abierta en el dormitorio, más allá de los sueños deshechos, entre el hueco de mi vida vacía y el armario sin espejos. Había una herida abierta, tal y como la dejó el destino, y a través de ella, sin clemencia, me llegaba el llanto del otoño envuelto en una brisa, envuelto en los ecos marchitos de tu risa, despacio, con tu mismo perfume y tu mismo revuelo de pestañas. Con tus mismos ojos, los de ayer, los del miedo en la noche oscura, los ojos pintados de ocaso.
         Había una calle abierta en mitad de la ciudad, una calle rota que sangraba. Y una brisa de otoño cubriéndola de tormento. Y yo no tengo ungüento ni melodías con que aliviar el dolor. Porque una brisa de otoño mata, igual que el filo de un puñal, igual que tú.


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